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miércoles, 1 de octubre de 2014

Del ladrillo al motor: Un cambio de rumbo

Hoy os voy a hablar de una persona sin su permiso. Se morirá de vergüenza cuando se entere, pero es que estoy orgullosa de él y no me canso de decírselo a todo el mundo.

De pequeñito tuvo problemas para seguir el ritmo de la clase. Lo típico. Niño tímido, de noviembre... Total, que se desmotivó pronto por estudiar y en cuanto tuvo fuerzas ya se interesó por el trabajo. Su padre tenía una empresa de reformas y con 16 años se fue a trabajar con él. Gracias a ese trabajo, pudo conseguir hacer realidad su sueño. Tener una moto. Pero no una cualquiera, sino la Ducati Monster.

Trabajando de sol a sol (y de lluvia a lluvia si se terciaba) y esperando que llegara el fin de semana para salir con su moto a disfrutar por los puertos de montaña. Sientes el viento que te golpea el pecho y el asfalto vibra peligrosamente cerca del cuerpo en cada curva. Brutal. Valía la pena una semana más. Así estuvo, trabajando desde 1999 hasta 2008 haciendo edificios. Viviendo de primera mano la locura del boom inmobiliario de España. Conoció un compañero de 50 años que llevaba muchos años de albañil. A pesar de sus dolores continuos de espalda, se negaba a pedir la baja laboral, porque si no trabajaba, no cobraba. Si cogía la baja, no le llamarían para la siguiente obra. Y así, gracias al buen humor y a la camaradería, seguía día a día con la catalana y el capazo. Dándole al ladrillo.

Cuando en 2008 se construyó ya suficiente, nuestro protagonista se quedó sin trabajo. Y vió la oportunidad para cambiar de oficio. Buscar otro empleo, esta vez que fuera bajo techo, más valorado, con más futuro. Así que pensó en trabajar de mecánico. Primero decía:
- Ya tengo 24 años. ¿Dónde voy ahora a estudiar, si nunca se me ha dado bien? Aquél barco ya zarpó. Yo lo que tengo que hacer es trabajar. Además, si me pongo a estudiar, no terminaré hasta dentro de 4 años! Para entonces ya tendré 28. Es demasiado tiempo.

Luego decía:
- Bueno, mientras busco trabajo, me apunto a la escuela de adultos y voy aprobando asignaturas para conseguir el título de ESO. Al menos hago algo.

En 2010 se sacó el título.
- Se me están acabando los ahorros y ya no puedo usar mi moto. Mientras sigo buscando trabajo voy a apuntarme al ciclo formativo de Electromecánica a ver qué pasa.

Se matriculó y en 2012 se graduó con la nota más alta y en poco tiempo encontró trabajo como técnico de mantenimiento en un centro para mayores. Con su experiencia de albañil y su título de electromecánico, tenía el perfil ideal.
- Este trabajo es provisional. Aquí hago pocas horas y el único motor que toco es el del aparato de aire acondicionado y la batidora. Voy a seguir buscando trabajo de lo mío.

A principios de este año, en primavera, tuvo una entrevista de trabajo en un taller mecánico cerca de casa. Un lugar donde le habían puesto mala cara cuando fue a llevar el currículum por no tener experiencia. No se lo podía creer. El mismo día de la entrevista lo contrataron para empezar la siguiente semana.

Y ahí sigue. Continúa quejándose de que cobra poco, que siempre hace lo mismo porque es mecánica rápida, que ningún trabajador pasa más de 2 años allí porque no hacen fijo a nadie... Ahora vuelve a llevar su moto, que casi estuvo a punto de tener que vender. Y además, me ha pedido que nos vayamos a vivir juntos.

Es un guerrero. Sigue queriendo más.

Es mi novio. Kike. Un ejemplo de superación e inconformismo. Cabut valencianot, me va a volver loca.

T'estime
Os presento a Kike

miércoles, 24 de septiembre de 2014

El arte de mi tía Ali

Siguiendo con las historias de carreras laborales, tenemos a mi familia paterna. Además del pintor, tenemos a la costurera. Mi tía Ali. Es la cuñada de mi padre y se dedica a coser trajes de fallera. Bueno, y lo que se tercie, que igual te hace un vestido.

Algunas piezas las cose a máquina, pero la mayor parte las hace a mano, con sus manitas. Le cuesta algo así como 2 semanas terminar un traje entero. Los hace por encargo y a la fallera le puede costar perfectamente unos 6000 €, a parte del delantal (que suele tener adornos de hilo de oro), las joyas y los zapatos (que van forrados con la misma tela del vestido). Ella se lleva solo una pequeña parte porque la mayoría del dinero es para la tela, que está hecha a mano. Para mí, mi tía es toda una artista. Además de hacer estas obras de arte, también pinta óleos y lee muchísimo.

Os dejo unas imágenes de los trajes de fallera:

Detalle de la puntilla y las joyas

Peinado y viveza del tejido

Detalle del corsé por detrás, cosido a mano.

Esquema del coste de vestir de fallera. La mayoría de veces, se hereda.

Muchas falleras tienen más de un traje. Por ejemplo, uno para ocasiones especiales y otro para salir de pasacalle.

¿Vosotras hacéis algún trabajo artesanal? Yo creo que es una actividad, aunque muy costosa, muy gratificante.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Premio al mejor blog amigo

Inma me ha pasado este premio con la condición de que lo pase a 10 blogueras más y cuente qué es para mí la amistad.

Pues allá vamos.

A mí este tema me emociona porque nunca he sido de tener muchos amigos. He perdido varios y a veces por no haber sabido comportarme. Esos ejemplos me han hecho pensar a veces que no sé ser una buena amiga. Así que no sé si mi definición será correcta. Aunque bueno, hay cositas que sí tengo claras.

Amigo es el que te llama cuando intuye que no estás pasando por un buen momento, para estar a tu lado.

Amigo es el que cuenta contigo para pasar un rato de ocio agradable.

Amigo es el que te ayuda cuando se lo pides. Y más importante, cuando sientes que se la puedes pedir sin miedo a que se sienta incómodo porque quiera decirte que no. En una buena amistad hay confianza para decir no.

Amigo es el que sabe guardar un secreto.

Creo que los amigos funcionan por atracción. Te nace estar en contacto con ellos, organizar formas de estar juntos. Si no existe esa sensación, la amistad se enfría.

Yo tengo a mi amiga del alma muy lejos. Me nace estar en contacto con ella, por ejemplo cuando me ocurre algo bueno, me dan ganas de contárselo. Pero no puedo organizar nada con ella. Cuando nos vemos viene condicionada por otras cosas y casi nos vemos a salto de mata, aunque la sensación se mitiga al no hacer planes muy complicados y ser flexibles. No me gusta que esté tan lejos. Creo que por eso, cuando conozco a alguien que vive lejos, me da miedo porque a veces lo paso mal por no poder estar.

Luego tengo otras personas en el polo opuesto. Viven cerca, me caen bien, me nace llamarlas, pero que no me transmiten que ellas estén en el mismo punto. Así que me da miedo meterme, porque hay detalles que me hacen pensar que no les importa si nos vemos o no. Y así vamos, que luego me los encuentro y me dicen que han quedado con fulanito y menganito para ir a tomar algo, que si eso que me apunte.

Vamos, que la comunicación no es que fluya mucho. Porque yo me preocupo de que no pase una semana que no les haya dicho algo por el guasa, pero mira, no les ha nacido quedar hasta que no se han tropezado conmigo.

Y el chivato del facebook, que los ves que han salido aquí y allá después de preguntarles días antes si iban a salir y te han dicho que no, que ya te llamarían cuando tuvieran libre. Supongo que ese libre quería decir "cuando no tenga a nadie más, sosa". Y esto es lo que me hace pensar que tan amigos no es que seamos, aunque vivamos en el mismo pueblo.

Será que en otra vida fui muy mala para que una amiga que tenga esté tan lejos y que los que tenga cerca no me hagan caso. Tal vez incluso me estén haciendo un favor porque realmente no sean para mí y a la vuelta de la esquina se encuentre esa gente con la que salir y divertirme, esa gente con la que quedar y hacer mil cosas. Esos que yo pueda llamar amigos que también a mí me llamen amiga.


Y bueno, nada más. Creo que todos los blogs que leo ya han recibido su premio. Bueno casi. Falta el de una amiga que escribe de maravilla: Relatos de vida inconsciente


jueves, 11 de septiembre de 2014

Mi tío Vicente, el pintor

Mi tio Vicente es pintor. A mí si me preguntaran por él diría esto, que es pintor. La cosa es que es mucho más que esto. Durante un tiempo estuvo enfermo y como no podía pintar, se dedicó a atender la centralita de las ambulancias que ruedan por toda la comarca. Incluso ha estado trabajando en los quirófanos de un hospital. Ahora vuelve a pintar, ya que está mejor de salud, y espero que siga así muchos años.

Yo le recuerdo pintando desde pequeña, que venía a pintar a casa. Supongo que es lo que suele pasar, que es el pintor oficial de la familia. Es un grandullón, el más alto hasta que su hijo dio el estirón. Apenas usaba los alargadores para el rodillo y en nada de tiempo ya teníamos la casa pintada. Luego no quería cobrarnos más que la pintura, pero mi madre hacía conejo con tomate, que le sale de vicio y todos contentos.

Personalmente yo creo que en cuestión de trabajo, uno tiene que cobrar. Y más por un trabajo bien hecho. Pero sé que hay mucha gente que no se siente cómodo cobrando a la familia y se niega en rotundo a hacerlo. Yo lo entiendo, pero estoy en el otro lado: yo no me siento cómoda si no pago a la familia por su trabajo. Por otra parte, lo del conejo con tomate sí que me parece genial. Toda excusa es buena para invitar a comer a la familia.

Estas fotos son del piso que está pintando ahora. Por cortesía de mi tío Vicente, el pintor.

Antes...
... después.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

El campo de naranjas en La Barraca d'Aigües Vives

Pensando en qué escribir, que pueda resultar interesante, agradable y provechoso, he descubierto un filón para ir sacando artículos. Voy a hablar de gente y sus carreras laborales. Los ejemplos que me son más fáciles de describir son los de mi familia, así que este artículo va dedicado a poneros en situación sobre cómo es mi familia y a qué se dedica.

En mi familia más cercana tenemos tierras, campos de naranjos que mi tío Pascual se encarga de tener en plena producción. Hasta la generación de mis abuelos se dedicaron a cultivar la tierra. Por parte de padre, se dedicaban a la vendimia, eran jornaleros, y por parte de madre vivían en un huerto y llevaban las tierras del amo del huerto, que generalmente no vivía allí, sino en la ciudad.

Entre la familia de la parte de mi padre, ya nadie se dedica a la agricultura. En otros artículos os contaré más sobre ellos. Pero por parte de mi madre sí, y esto voy a contaros, de cómo he llegado a meterme entre naranjos.

Mi abuelo materno comenzó alquilando parcelas para cultivar berenjenas ralladas y poco a poco iba haciendo dinero y quedándose con tierras en las que puso naranjos. Así mis abuelos pudieron comprarse una casa y dejar de vivir en el huerto de otro. Contaban que aprovecharon su viaje de recién casados para ir a Barcelona y hacer negocios. Algo poco romántico, pero tengamos en cuenta que se casaron allá por el año 1951 y cuántos viajes se podía permitir la gente corriente por aquel entonces. Fue un viaje bien aprovechado.

Actualmente, tenemos un patrimonio que ya no da para vivir, pero que está ahí y nos da pena dejarlo yermo. Así que yo también colaboro un poquito. Me encargo de regar un campo de naranjos de 3 hanegadas de tamaño. Es el único que tenemos en la ladera de una montaña. Corre un viento que viene del mar y se está de bien...!!

Os cuento cómo va la cosa. El campo está organizado en escalones llamados bancales y el agua sube gracias a un motor. Usamos el método de riego a manta, así que yo me encargo de guiar el agua por los canales abriendo y cerrando tapones para ir regando las tablas de una en una. Me tiro así unas 3 horas, sentada en el canal remojándome las piernas en agua fresquita, tocando el barro y quitando naranjas que se deforman o se quedan pequeñas. Este agradable ritual se repite todos los veranos cada 15 días y da gusto ver que cada vez las naranjas están más grandes. Me embobo con las vistas y el agua arrastrando las hojas secas. Espero estar dándoos un poquito de envidia (pero de la sana). Si es así, estáis invitados a veniros.

Pero regar no es siempre tan bucólico. La próxima vez no estaré tan relajadita porque arreglaré los caballones, que en algunos puntos se sale el agua. Y de paso quitaré alguna mala hierba que se ha colado. Hay que revisar bien todos los tapones, porque el canal de agua es de más gente y de una vez para otra, el agua está encaminada de forma distinta. Una vez regué el campo del vecino y como habían regado el día anterior, el agua corría montaña abajo. Qué vergüenza y qué destrozo. Casi les entra a la casa. Otra vez con las prisas me resbalé, caí de culo y me llené de barro. Y es que el agua estaba llenando un hueco donde al fondo había un tapón que tendría que estar abierto. Y costó un montón abrirlo con tanta agua encima. Menos mal que nunca voy sola.


Muchos vecinos tienen casa allí. Son casitas con terraza debajo de varias moreras que hacen sombra. Y se está de bien!! Y yo quiero eso, aunque está difícil. De todas formas, me imagino dentro de 30 años pasando los domingos tumbada a la sombra de unas moreras después de zamparnos una paella a leña mmmm. Eso es vida. Además, me rondan por la cabeza algunas ideas para pluriemplearme y ganarme un dinerillo con este trozo de tierra que me tocará en herencia.

Vosotras cómo disfrutáis del campo? Tenéis época agrícola en vuestra historia?